20 febrero 2021

"Tienes un amigo" cumple medio siglo

El post musical de la semana se va de cumpleaños. Hay una canción que a los que somos más talluditos nos trae gratos recuerdos y tenemos grabada a sangre y fuego desde que la escuchamos: la reconocemos desde los primeros compases. La hemos vuelto a oír en infinidad de versiones magníficas pero siempre volvemos a las raíces y a la frescura y sencillez de la original. 

Me refiero a "You've got a friend", uno de los temas icónicos incluidos en un álbum que aún sigue fresco y vigente, el "Tapestry" de Carole King, el segundo disco de esta cantante estadounidense. Este 10 de febrero se cumplen 50 años del lanzamiento de un disco en el que, además de "Tienes un amigo", se incluían temas como  "It`s too late", "Tapestry" o "You make me feel like (a natural woman)". 

Carole King fue uno de los primeros talentos femeninos en imponer su sello como intérprete y sobre todo como compositora en la historia de la música. Elegido el mejor álbum de 1971 por los Grammy, Carole King se convirtió gracias a él en la primera mujer que recibía en una misma edición de estos premios la distinción a la mejor grabación y a la canción del año, que se otorga a los compositores y no a los intérpretes, por "You've Got A Friend". ¿Qué les parece si lo recordamos juntos en esta actuación en vivo? 

No vayamos a pensar que King, nacida hace 78 años en Nueva York, era una recién llegada a la música. Tenía una dilatada trayectoria como musa de Neil Sedaka, quien le dedicó el famoso "Oh! Carol!, o como acompañante de Paul Simon en los estudios de grabación. Con tan solo 17 años se casó con uno de sus compañeros de estudios, Gerry Goffin, con el que emprendería además una trayectoria como compositora en las horas libres de su jornada como secretaria. 

Pese a su capacidad de ser asumido por tantos otros artistas, el resultado del "Tapestry" era tan marca de la casa que hasta el tapiz que sujeta en la portada del álbum y que le da nombre lo tejió la propia Carole King y el gato era el suyo. Me despido hasta el próximo post musical con otro de los temas de "Tapestry": "It´s too late". A disfrutarlo...


Adiós a Chick Corea, pionero del jazz fusión

Si son ustedes aficionados a la música en general y al jazz en particular, seguramente conocerán la noticia del fallecimiento hace unos días del legendario pianista de jazz Chick Corea. Tenía 79 años y un cáncer se lo ha llevado de los escenarios sobre los que siguió presente hasta hace bien poco. A su memoria y a su música quiero dedicar el post musical de esta semana, primero porque su legado  artístico es impresionante y segundo porque fue un avanzado en la búsqueda de nuevos caminos para el jazz, que desembocaron en lo que convencionalmente conocemos como jazz fusión

No me extenderé en la biografía de Corea, al alcance de cualquiera estos días en los medios de comunicación que se han hecho eco de su fallecimiento, que han sido prácticamente todos. Diré además que no está entre mis pianistas de cabecera, aunque siento por él un gran respeto por su audacia musical y su deseo de abandonar los caminos a veces demasiado trillados del jazz. No es necesario tampoco resaltar aquí que tocó y acompañó a los más grandes, empezando por Herbie Hankoc y continuando por Miles Davies cuando el trompetista también decidió explorar nuevos mundos sonoros. 

Para recuerdo y disfrute de los españoles aficionados al jazz quedan sus brillantes conciertos con otro inmenso músico, Paco de Lucía. Conocido es su amor por la música española, plasmado en un disco titulado "My Spanish Heart", en cuya portada aparece vestido de torero. A él le debemos también el fabuloso experimento de Return to Forever, el grupo con el que el jazz fusión desbordó el público tradicional y conquistó nuevas audiencias entre gente joven a la que las maneras convencionales del género no le atraían demasiado, por no decir nada. 

En  fin, podría extenderme mucho más sobre la espléndida carrera musical de un pianista que ganó nada menos que veinte premios Grammy, que creó escuela y que se codeó con los más grandes de tú a tú. Pero como lo que me gusta que prime aquí es la música, vamos con dos piezas del desaparecido pianista estadounidense.

En primer lugar les propongo "Spain", procedente de una actuación en directo de su banda en el Festival de Montreux de 2004...


Y el segundo de los temas que quiero compartir con ustedes es una interpretación en solitario en Bruselas en 2018, con piano clásico. Aquí es fácil apreciar el estilo de este gran músico, ligero, rítmico y alegre sin perder por ello un ápice de profundidad. Espero que estos dos ejemplos despierten la curiosidad de quienes no conocen la música de Chick Corea y se acerquen a ella. 

Descanse en paz Chick Corea y larga vida a su música. 



A modo de saludo

Dudaba sobre si escribir una presentación personal y del blog y al final me he decidido a hacerlo, aunque ya hay algunas publicaciones. En realidad proceden de un blog hermano - Blog de José Luis Díaz - que ahora pasan a este y desaparecen de aquel. La razón es que este quedará solo para lo que podríamos llamar "ficción" y reseñas bibliográficas y el otro para comentarios relacionados con la actualidad y algún que otro post fotográfico. 

No vengo con ínfulas de escritor ya que, de hecho, estoy haciendo mis primeros pinitos en ese campo. En realidad quiero que este blog sea algo así como mi campo de pruebas y con esa finalidad iré publicando de cuando en cuando algún relato corto una vez pulido y revisado varias veces. De antemano agradezco las visitas y los comentarios que tanto esas "creaciones" como las reseñas o valoraciones de libros que vayan apareciendo merezcan por parte de ustedes. En realidad, la mejor presentación que puedo hacer de mí la constituye lo que se vaya publicando y, por eso, pensé que era una buena idea pasar al blog algunos textos del otro para que se puedan hacer una primera idea. Con mis mejores deseos, dejemos que sean los hechos los que hablen por mí. Un saludo.



Heródoto, un clásico entre los clásicos

En el post con el que reanudé la actividad de este blog prometí alguna reseña de los libros que vayan pasando por mis manos. Aunque llamarla reseña en sentido formal tal vez sea demasiado pretensioso por mi parte, de manera que lo podemos dejar en comentario subjetivo pero informado sobre mis impresiones personales tras la lectura. En su caso recomendaré el libro o lo desaconsejaré, siempre desde mi personal e intransferible valoración de su contenido. 

Estreno esta nueva sección del blog nada menos que con alguien a quien es un tópico llamar el "padre de la Historia", con mayúscula, aunque ese título podría dar para muchos debates de los que nos nos vamos a ocupar ahora. Lo que sí es mucho menos controvertido es que a Heródoto se le puede considerar el primer historiador, siempre y cuando no entendamos por esa palabra lo mismo que entendemos actualmente para no caer en una especie de anacronía absurda. Recordemos aquí de qué fechas aproximadas estamos hablando, ya que se da por seguro que Heródoto nació el año 484 a.C. en Halicarnaso - actual Turquía - y murió en 425 en Trurios (Italia). 



Heródoto

El primer historiador

Si se habla de Heródoto como del primer historiador de la Historia, valga el juego de palabras, es sobre todo porque fue también el primero que usó el término "investigación" para referirse a su trabajo. Para su "Historia" intentó documentarse acudiendo a fuentes muy dispares, fiables unas y viciadas otras, cuando no sacando sus propias conclusiones a la vista de los datos de los que disponía. Mirándolo con ojos actuales se podría acusar a nuestro historiador de crédulo puesto que, muchas de las informaciones que recoge, están directamente sesgadas por intereses políticos de sus informantes a los que el propio Heródoto tampoco es completamente ajeno. 

Su "Historia" es también la primera de carácter universal porque contiene valiosísima información sobre costumbres, sistema político, creencias y geografía de los pueblos entonces conocidos. Heródoto se nos revela aquí no solo como historiador sino como geógrafo e incluso antropólogo en un sentido sorprendentemente moderno. Se da por seguro que, además de visitar varias ciudades griegas, viajó también a Egipto de donde estaba convencido que procedían las divinidades griegas más importantes. Bien es cierto que visto con los ojos de hoy su información es rudimentaria, la mayor parte de oídas y en no pocas ocasiones confusa, contradictoria o errónea. 

Un soldado griego atacando a un persa

El gran relato de las Guerras Médicas

Su relato estructurado y razonado sobre la historia de esos pueblos es, al mismo tiempo, un canto al mundo griego, en especial a Atenas. De hecho, la "Historia" tiene un fin moral presente en toda la obra: responsabilizar moralmente a los persas de haber invadido Grecia por las ansias de poder imperial de sus reyes. Por eso, toda la "Historia" gira en torno a las Guerra Médicas que enfrentaron al mundo helénico con el "bárbaro" entre los siglos VI y V a.C. A pesar de todo, Heródoto se nos muestra como un historiador  imparcial y de buena fe que siempre intenta exponer diferentes versiones de un mismo acontecimiento.

Heródoto cree firmemente en un equilibro natural de las cosas que debe ser restablecido por los dioses cuando los hombres lo rompen. En estos casos no hay fuerza humana capaz de detener la acción divina, expresada generalmente mediante oráculos: si estos se ignoran o se malinterpretan, cosa nada inhabitual, las consecuencias son ineludibles. Con todo, en no pocos pasajes de su obra nuestro historiador no oculta su escepticismo e incluso su completa incredulidad ante determinadas relatos. Heródoto observó el mundo con los ojos de un griego y adaptó a su cultura los nombres de otros pueblos, los de sus dioses y los de sus sistemas políticos. Para él, como para todos los griegos de su tiempo, todos los no griegos se agrupan bajo el concepto genérico de "bárbaros", término con frecuencia peyorativo aplicado de manera específica a una forma de hablar incomprensible, pero también a la forma de vestir, a las creencias o al sistema político. 


Cómo leer la "Historia" de Heródoto

Leer la "Historia" no es fácil, vaya esto por delante, aunque merece el esfuerzo. Si uno tiene un mínimo interés por la historia del mundo antiguo arcaico, sus ideas políticas y filosóficas y los pueblos entonces conocidos, en Heródoto encontrará una mina casi inagotable de información. Si por el contrario se considera que no hay nada que nos pueda enseñar un historiador de hace 2.500 años por mucho que fuera el primero de su clase, mejor será dedicar el esfuerzo a otro objetivo. 

Mapa de la Grecia clásica

Es fundamental para adentrarse en la "Historia" una edición que explique y aclare los contenidos confusos o contradictorios del texto y que amplíe la información del autor. Yo he leído esta obra en la edición de Editorial Gredos, especializada en el mundo antiguo, y por lo que yo sé no hay otra mejor en español. Es cierto, sin embargo, que por momentos es excesivo y hasta superfluo el número de notas al pie, lo que hace mucho más fatigosa una lectura ya de por sí difícil. Cuando se lee a Heródoto hay que contar también con su afición a los excursos, esto es, historias o relatos ajenas muchas veces al argumento principal. Nuestro historiador los introduce por todas partes, vengan o no a cuento, demorando en muchas ocasiones el relato de acontecimientos trascendentales hasta el punto de que es fácil terminar por perder el hilo principal. 

Mapa de Egipto antiguo

La "Historia" se presenta habitualmente en nueve libros, cada uno de los cuales lleva el nombre de una musa. Se trata de una división arbitraria adoptada en el siglo III o II a.C. por un editor alejandrino, que ha perdurado hasta la actualidad. En resumen, leer con provecho esta obra clásica entre las clásicas requiere de tres sencillas condiciones: a) un mínimo interés por el mundo griego antiguo; b) un mapa de Grecia y Egipto en el mundo antiguo para ubicar los diferentes escenarios (adjunto dos en este post, así como uno específico sobre la II Guerra Médica); c) una buena edición comentada; d) y paciencia.

Con estos sencillos requisitos podrán descubrir en este libro lo viejos que son algunos de los problemas que hoy nos parecen tan actuales. ¡Buena lectura!

19 febrero 2021

Esquilo: con él comenzó la Tragedia

Dice el refranero que una cosa lleva a la otra y que tirando del hilo se saca el ovillo. Más o menos así he llegado yo al autor teatral griego Esquilo, considerado el padre de la Tragedia, escrita con mayúscula como género en sí mismo que es. No es que no hubiera oído hablar de él sino que - he de reconocerlo - hasta ahora no me había decidido a leer sus obras. El hilo conductor ha sido la "Historia" de Heródoto, de la que recientemente publiqué una pequeña reseña en el blog. Si la recuerdan, Heródoto relata en su obra las guerras médicas entre persas y griegos en el siglo V a.C. Se da la circunstancia de que Esquilo participó en la primera de ellas, en concreto en la famosa batalla de Maratón. Está fehacientemente comprobada esa participación, no así en la segunda guerra médica, aunque algunos estudiosos han sugerido esa posibilidad. 

En la "Historia" de Heródoto se ofrecen abundantes datos de este segundo enfrentamientos que, en algunos extremos, no coinciden con los que aparecen recogidos en una de las tragedias escritas por Esquilo algunos años después de aquella guerra. Así que hice caso a mi curiosidad y me dije que quería leer esa tragedia para comprobar por mí mismo y no a través del editor del texto de Heródoto, cuáles son esas diferencias. Una vez más una cosa llevó a la otra y, de leer "Los Persas", la tragedia en la que se relata la Segunda Guerra Médica desde la óptica persa, pasé a leer las siete tragedias esquileas conservadas, de las cerca de noventa que se cree escribió. 

Esquilo

La obra de Esquilo

No me voy a extender en la biografía de Esquilo, que cualquier interesado puede encontrar en páginas de Internet como Wikipedia. Solo diré que nació en Eleusis, cerca de Atenas, en torno al año 525 a.C. y murió en la ciudad siciliana de Gela a los 69 años. Procedía de una familia acomodada y era un entusiasta aficionado al vino; de las causas por las que viajó a Sicilia hay diversas teorías plausibles en las que no vamos a entrar. Nos interesa en exclusiva su perfil literario y aquí hay que subrayar de nuevo que nos encontramos ante quienes los estudiosos consideran padre de la Tragedia, si bien conserva un intenso aroma arcaico y homérico en el estilo, los temas y los personajes. 

El denominador común de las Tragedias es el sufrimiento humano, que para Esquilo es siempre la consecuencia de acciones contrarias a los dioses que estos castigan con dureza y determinación. Sobre este cimiento, nuestro autor construye personajes sufrientes, que aceptan su destino con resignación pero también con dignidad. En general y salvo alguna excepción, son personajes unidimensionales y poco complejos, pero de los que emana una poderosa fuerza que el texto de Esquilo sabe transmitir con gran maestría. Especial mención merecen los coros de sus tragedias, personajes en sí mismos que actúan y se expresan con una enorme intensidad. El estilo de Esquilo es vivo, rítmico y claro: con unas breves nociones previas del argumento de la obra es perfectamente posible seguirla de principio a fin sin ningún problema. Gusta nuestro autor de los diálogos cortos y afilados, con escuetas preguntas y respuestas en los momentos más álgidos de la acción, contribuyendo a imprimir dinamismo y viveza al relato. 

Máscara de Agamenón

De sus siete tragedias no sabría cuál destacar, aunque lógicamente hay algunas más "redondas" que otras. Si tuviera que elegir me quedaría con la "Orestiada", la única trilogía de este autor que se conserva aunque es seguro que escribió algunas más. La obra se inicia con "Agamenón", continúa con "Las Coéforas" y concluye con "Las Euménides" y en ella se relata, a modo de capítulos de una serie, la historia del rey de Argos tras su vuelta de la Guerra de Troya, su muerte a manos de su esposa y la muerte a su vez de ésta a manos de su hijo Orestes, quien finalmente será juzgado por los dioses en Atenas. En este trilogía y en el resto de sus tragedias conocidas, Esquilo ya reflexiona a través de sus personajes sobre cuestiones sobre las que los humanos seguimos haciéndonos preguntas 2.500 años después: la justicia, el destino, el poder, la verdad, la mentira, la riqueza o la pobreza están presentes en sus obras. 

Leer a Esquilo

Una buena noticia: leer a Esquilo es mucho menos arduo que leer a Heródoto. Aún así me permito estos consejos para que la lectura sea grata y provechosa: 

1.- Cariño e interés por el mundo griego antiguo y por sus principales exponentes, Esquilo en este caso, y deseos de aprender cómo afrontaron las cuestiones que nos siguen inquietando hoy. Si no cumples este requisito no tiene sentido que sigas leyendo el post. 

2.- Hacerse con una buena edición. De nuevo recomiendo la de Editorial Gredos, con la ventaja en esta ocasión de que el editor no abusa de las notas al pie como ocurría con Heródoto

3.- Agenciarse en Internet un pequeño resumen del argumento de cada una de las tragedias para poder comprender la acción. Por desgracia, la edición de Gredos obvia este extremo, dando tal vez por sentado que los simples mortales conocemos de antemano quién fue Agamenón o quiénes son Las Euménides, por poner un ejemplo.

Así que solo me resta invitarles a hincarle el diente al bueno de Esquilo y desearles que la lectura sea placentera y provechosa. 


Prometeo encadenado (Rubens)

"La bruja y la coruja" (Relato corto)

Su solitario diente era como el pico de un ave rapaz, negro y curvo; la arrugada tez tenía el color entre pálido y ceniciento de la muerte, al igual que su cabello, que se agitaba furioso al viento. En los huecos en los que debía haber ojos tenía dos grandes agujeros oscuros, y parecía incorpórea con su negro y amplio vestido flotando al viento, como el de un espantapájaros. En realidad no era un vestido, más bien una túnica de una pieza incluyendo las mangas. O mejor, la manga por lo que podía recordar aún muchos años después. De esa única manga visible brotaba una mano sarmentosa, de largos dedos curvos y uñas como zarpas. Y lo más horripilante de todo: empuñaba un cuchillo cuya hoja lanzaba afilados destellos plateados bajo la mortecina luz de la luna. Muchos años después descubrió lo que querían decir los periodistas al hablar de un cuchillo de grandes dimensiones. 

La noche era gélida y ventosa en el desolado páramo en el que se produjo la visión horrible, que parecía surgida de unas profundas tinieblas que la blanquecina luna no alcanzaba a iluminar. Sentía el frío hasta el tuétano de sus huesos y los dientes le castañeteaban sin que lo pudiera evitar. La demoniaca presencia se acercaba a toda velocidad blandiendo el amenazador machete por encima de la alborotada cabeza. Sentía una urgentísima necesidad de echar a correr pero, cuando lo intentó, descubrió horrorizado que una fuerza invisible le impedía dar un paso, como si estuviera anclado al suelo o con los pies sujetos por grandes piedras. Todo fue inútil, sus esfuerzos sobrehumanos no daban resultado y aquel ser pavoroso volaba hacia él. Le pareció entonces que la luna iluminó el puñal con más intensidad y el páramo refulgió con un resplandor enfermizo. El viento aulló rabioso y el vestido y el pelo de la erinia ondearon al unísono como dos banderas funestas en la noche. Él continuaba haciendo intentos desesperados para despegar los pies del suelo pero no se movió un centímetro. 

Sintiéndose irremediablemente perdido, tuvo una idea que le llevó a calificarse de idiota por no habérsele ocurrido antes. No estaba seguro de que le sirviera para salir con bien de aquella situación límite, pero se dijo que no tenía nada que perder, salvo la vida, poniéndola en práctica. Cuando la malvada mujer se disponía a asestar el primer golpe con el descomunal cuchillo, inspiró con toda las fuerzas que pudo reunir y lanzó un grito de horror que sobresaltó a toda la casa, incluido él. La bruja había desaparecido como por ensalmo pero al niño se le había desbocado el corazón, tenía un nudo en el estómago, temblaba y le sudaba la frente.  

II

Por la mañana nadie de su familia preguntó por las causas del alarido con el que había despertado a toda la casa. Supuso que pensarían que sufrió una pesadilla, aunque para él había sido algo muy real; hasta tal punto de que, cada vez que lo recordaba, le daba un vuelco el estómago y temía que llegara la noche siguiente y se repitiera la persecución. Tampoco se le ocurrió contarle a su familia lo que le había pasado: le daba un poco de vergüenza que le tomarán por un medroso que se hacía pis en la cama a su edad. 

El día fue como otros, ocupado en cumplir las tareas que su padre le ordenó, aunque él ya era un experto en el delicioso arte del escaqueo. Por lo general posponía esos deberes para el último momento y se iba antes a jugar con los vecinos de su edad o a buscar nidos de pájaros o de gallinas. También en esto era toda una autoridad, ya que casi siempre los localizaba con solo escuchar cacarear a las gallina de esa manera única que tienen estos animales de anunciar al mundo que han puesto un huevo. No fueron pocas las veces en las que sorprendió a su madre con un hermoso cesto de huevos de algún nidal escondido entre las zarzas, los escobones o las piteras en las que se adentraba como un perro cazador, sin importarle las espinas, las ramas, las piedras o los resbalones. 

Su padre no era precisamente un terrateniente sino un arrendatario que trabajaba de sol a sol para pagar la renta y sacar lo imprescindible para mantener a la familia. Por tanto, había que echar una mano en lo que se pudiera para sacar adelante la economía doméstica. El padre era además un convencido de que el cumplimiento de obligaciones y deberes imprimía carácter y enseñaba que los alimentos no caen del cielo. A pesar de todo, ocurría a menudo que cuando regresaba de sus correrías para cumplir las obligaciones del día, su padre ya las había hecho cansado de esperar por él. En esos casos no solía faltar la merecida regañina y algún que otro sabroso tirón de orejas o pescozón. 

Cuando llegaba de nuevo la noche había dos rituales muy arraigados en su casa, uno prácticamente diario y el otro más esporádico. Su padre era un hombre temeroso de Dios y firme partidario de seguir las enseñanzas de sus mayores, y cada noche era obligatorio para toda la familia el rezo del rosario. Al niño aquel rito incomprensible le producía un sueño invencible después de un día correteando en busca de nidos de pájaros y gallinas. Muchas veces se adormecía con el sonsonete monótono del rezo y despertaba cuando ya había terminado o faltaba poco. Además, aún no había conseguido aprenderse bien todas las oraciones y en muchas de ellas se limitaba a mover los labios y zumbar como un abejorro para que su padre creyera que rezaba.

—¡Reza en voz alta, Jorge! —le decía su padre cuando los párpados iban cayendo como losas. 

Esta letanía diaria tenía lugar a la luz de una o dos velas a lo sumo, ya que había que ahorrar en este medio de iluminación de la casa. La habitación en donde hacían vida familiar, generalmente la cocina, se poblaba cada noche de rincones en penumbra a los que no llegaba la luz de las débiles llamitas de las velas. El muchacho se quedaba absorto mirando las sombras que crecían o menguaban cuando las ráfagas de aire que se colaban por las rendijas de la puerta agitaban la llama. Literalmente, se le iba el santo al cielo: 

—¡No se distraigan, que estamos rezando el Santo Rosario! —amonestaba el padre una vez más. 

En ocasiones, acabado el rezo, coronado alguna vez con gran suspiro de alivio para la mayoría de los presentes, la sencilla velada se podía alargar un buen rato si no había que madrugar mucho al día siguiente. En esos casos era frecuente hablar de brujas, de objetos que de forma inexplicable cambiaban de lugar o de posición sin que nadie los tocara, de misteriosos sonidos en la oscuridad, de gallinas que cacareaban a media noche como si acabaran de poner o de muertos que regresaban del más allá para cumplir promesas hechas en vida o exigir reparaciones por compromisos no cumplidos. Todo ello acompañado casi siempre de recomendaciones sobre la obligación de persignarse al pasar cerca de un cementerio o por lugares malditos porque en ellos alguien se ahorcó o fue asesinado. 

En la impresionable imaginación del muchacho aquellos relatos fueron dejando una huella imborrable. Cuando después de una larga jornada la familia se retiraba a descansar, las historias seguían desarrollándose en su imaginación y se convertían en otras nuevas pero igual de inquietantes e incomprensibles. Pensando en ellas no le resultaba fácil dormirse aunque estuviera muy cansado. También fue adquiriendo un finísimo oído que, como un radar, permanecía vigilante ante cualquier ruido nocturno para analizarlo, identificarlo y guardarlo cuidadosamente en la memoria. A veces era un pequeño ratón que se había colado durante el día en la casa, otras eran las hojas de la puerta o la ventana gimiendo por el viento que se colaba por las rendijas, a veces era el reconocible balido de una cabra o el ladrido de los perros al paso de algún caminante trasnochador, lo que le llevaba a preguntarse si habría algún extraño rondando la casa con malvadas intenciones. De hecho había veces en las que creía escuchar pasos en el patio o por el camino que pasaba cerca de su casa, aunque luego caía en la cuenta de que seguramente solo era el toc - toc de las macetas movidas por el viento. Así se tranquilizaba un poco y sucumbía al sueño rendido de cansancio.  


III

Cierta noche, cuando todos dormían mientras él seguía escudriñando en la oscuridad los sonidos que captaba su bien entrenado oído, creyó percibir uno que no recordaba tener registrado. Era como un silbido agudo y lastimero que parecía muy cercano. A pesar de que la noche era fría y soplaba un poco el viento, aquel sonido le intrigó tanto que, sin pensárselo dos veces, se deslizó de la cama y sigilosamente salió al patio. En un primer momento no vio nada extraño, había luna llena y todo parecía en su sitio: las macetas con las plantas que su madre cuidaba con esmero se mecían suavemente, produciendo un pequeño ruido seco sobre el piso de cemento que no se parecía nada al que había escuchado. Entonces el silbido agudo se repitió y fue cuando la descubrió. 

Al levantar la mirada hacia la higuera que había frente a la casa la vio en una rama alta. Se quedó boquiabierto ante la blancura con puntitos negros del pecho y la cara con forma de corazón, completamente blanca. Sus oscuros y grandes ojos redondos le miraban fijamente desde lo alto de la higuera, aunque a veces parecía que giraba por completo la cabeza para volverla a la posición inicial. Esto maravilló aún más al muchacho, que se fijó luego en el pico largo cubierto también de plumas blancas con una especie de raya en medio. 

Aquel maravilloso ser hizo ademán de desplegar las alas, de suave color pardo con manchas grises, aunque a él le parecían completamente blancas a la luz de la luna; fue entonces cuando comprendió que era algún tipo de pájaro desconocido para él. Tuvo deseos irresistibles de acercarse más a la higuera para contemplarlo mejor, pero sintió miedo de que levantara el vuelo y desapareciera para siempre. Dio un paso procurando no hacer ruido ni parecer brusco o amenazante y su confianza aumentó al comprobar que el pájaro seguía en la rama con sus misteriosos ojos fijos en él. Aunque el frío se le había metido hasta lo más profundo de sus huesos, no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de ver todo lo de cerca que pudiera aquel fabuloso animal. Dio otro cuidadoso paso hacia la higuera y el pájaro se movió en la rama como si fuera a levantar el vuelo. 

El corazón le dio un vuelco al creer que echaría a volar y se perdería para siempre en las sombras de la noche. Pero para su alegría vio que volaba hasta una rama más baja y que ya lo podía acariciar con la mano. Apenas podía creer que el pájaro no solo permitiera que una mano extraña se posara sobre el suave plumón de su pecho y su cara, sino que también ahuecara las alas y estirara un poco el cuello como hacía el gato de la casa cuando se ponía panza arriba para que le rascaran la barriga. 

—¿Cómo te llamas? —le preguntó el chico sin pararse a pensar si el pájaro entendería la pregunta. El animal plegó las alas y miró fijamente al niño con sus grandes ojos, en los que se reflejaba la luna. 

—Tengo varios nombres —dijo—. Los sabios me llaman Tyto Alba, pero la gente normal me conoce por lechuza o coruja. Tú me puedes llamar como prefieras. 

—Pues a mí me gusta Tyto. ¿Te parece bien?

—También me encanta ese nombre, es corto y sonoro, —respondió la lechuza—. ¿Cuál es el tuyo?

—Me llamo Jorge, aunque como soy pequeño a veces me llaman Jorgito pero a mí no me gusta mucho, —explicó el muchacho un poco ruborizado—.  

—¡Encantada de conocerte, Jorge, —dijo Tyto—.

—¿A qué te dedicas? —preguntó el niño, que ya había perdido el miedo de que su nueva amiga huyera de él.

—Limpio los campos de pequeños animalillos que se comen el grano que siembra tu padre —respondió Tyto, a la vez que pareció girar de nuevo la cabeza en redondo para volver a posar sus  ojazos en el muchacho. 

—¿Cómo haces eso? —preguntó Jorge con asombro y sin poderse contener. 

—¡Oh! no es nada, lo hago constantemente sin darme cuenta: miro a todos lados para comprobar si hay por ahí alguno de esos animalillos —respondió la coruja, restándole importancia a lo que al muchacho le parecía extrañísimo y prodigioso—. Tengo un cuello muy flexible y puedo moverlo casi en redondo, pero tú no lo intentes o te lo dislocarás, —añadió al ver que el niño intentaba girar su cabeza como había hecho ella—.

—No te había visto nunca por aquí, —dijo Jorge, cambiando de conversación y dejando de girar la cabeza—. ¿Dónde vives y por qué no te hemos visto nunca de día?

—Vivo en sitios diferentes, pero me gustan sobre todo los lugares tranquilos por los que no pase mucha gente. De día no veo muy bien y no salgo si no tengo mucha necesidad, —explicó la lechuza mientras volvía a girar el cuello—.

—¿A dónde irás ahora?, —preguntó el chico, al que se le acumulaban las preguntas y temía no poder hacerlas todas antes de que su amiga se fuera—.

 —No lo tengo decidido, —respondió ella—. Estaba pensando volver a casa cuando apareciste por la puerta. Como hoy ya es un poco tarde puedo venir mañana y te llevó a dar un paseo sobre mis alas. ¿Te gustaría? —le propuso Tyto—.

A Jorge aquella proposición le pareció como si le hubieran hecho un inesperado regalo y sin dudarlo aceptó. Le prometió a la coruja que a la noche siguiente estaría a medianoche junto a la higuera para hacer el viaje prometido. Después de despedirse vio como su nueva amiga desplegaba las hermosas alas bajo la luna y se alejaba sin hacer ruido. Él también volvió en silencio a su habitación y se metió en la cama pero, aunque intentó dormir, no pudo pegar ojo pensando en la aventura que iba a vivir junto a Tyto dentro de pocas horas.

IV

A la medianoche siguiente Tyto y Jorge fueron fieles y puntuales a su cita. También brillaba la luna como la noche anterior, aunque al chico le pareció que su luz era menos lívida y mortecina que la vez en la que la terrorífica bruja estuvo a un paso de hacerlo picadillo. El solo recuerdo de aquella situación le puso los pelos de punta y sintió un escalofrío. Pero en cuanto recordó el encuentro con Tyto y el viaje que iban a hacer, aquel desagradable recuerdo se borró por completo de su mente. Para trepar a lomos del ave solo tuvo que encaramarse a una de las ramas bajas de la higuera, algo que era pan comido para él que todos los veranos trepaba hasta lo más alto del árbol para saborear sus dulces higos, con riesgo a veces de descalabrarse. Tan entusiasmado estaba con la aventura que ni se le ocurrió preguntar cómo podría el pájaro abrir las alas y volar con él a cuestas. Simplemente se sentó sobre el animal, como cuando se subía en el caballito de caña que le había hecho su padre, y esperó que levantara el vuelo. Tyto desplegó las alas para que Jorge pudiera acomodarse bien y, casi sin darse cuenta, lechuza y muchacho partieron de la higuera bajo la atenta mirada de la luna, dispuesta a compartir también la excursión con ellos.

—¿A dónde quieres ir? —preguntó Tyto—.

—Llévame a ver los campos, los montes y los barrancos, —contestó el muchacho, con el corazón a punto de salírsele del pecho por la emoción de la experiencia y por el miedo a caerse y romperse la crisma. Se sintió también como un pájaro y hasta tuvo deseos de abrir los brazos como si fueran alas y dejarse arrastrar por las corrientes de aire que, aunque frío, le parecían las más cálidas que había sentido nunca—. Me gustaría ver a las ovejas y a los corderos durmiendo en las laderas verdes; también ver cómo son desde arriba las copas de los castañeros, las higueras y los nogales a los que no he podido subir; enséñame los campanarios de las iglesias y los tejados y las azoteas de las casas de los pueblos; vuela sobre los pinares oscuros y los barrancos profundos, que yo tendré mucho cuidado de no caerme.

—Agárrate fuerte, yo volaré con cuidado para que puedas disfrutar del viaje, —contestó Tyto, justo cuando sobrevolaban un pequeño pueblo con todas sus luces apagadas y del que les llegó con claridad el ladrido de unos perros. En las azoteas había tendida ropa de varios colores, secándose y agitándose al viento como banderas que saludaban a los dos viajeros. 

Después pasaron sobre un denso bosque de pinos verdes y oscuros, con sus copas meciéndose al ritmo de la brisa. Jorge miró a su derecha y vio la luna iluminándoles el vuelo. Al dejar atrás los pinos se colocaron sobre lo que a Jorge le pareció un hondo barranco: su fondo insondable no tardó en alumbrarlo también la silenciosa compañera del viaje, que en ningún momento se apartaba de ellos. Escucharon el débil gorgoteo del agua entre las piedras y, por encima de la cantinela del agua, les llegó el ruidoso croar de las ranas, que imaginó verdes y de ojos saltones, apostadas cerca de alguna charca y cantando a la luna. Una luna de la que el chico imaginó que sabía cuál era la ruta que iban a seguir y se adelantaba a mostrarla con su luz; incluso pensó que había algún acuerdo secreto entre la coruja y ella para que hiciera de linterna esa noche.  

Continuaron todavía un buen rato sobrevolando majadas, alpendres, sembrados, estanques, casas de labranza, montañas elevadas y suaves laderas cubiertas de la hierba que a las ovejas tanto les gustaba mordisquear. Hasta ellos llegaba un dulce aroma a tierra removida, tomillo, helecho, altabaca y retama que mareaba los sentidos y se grababa para siempre en la memoria.  No se veía a nadie por los caminos: la tierra, la gente, los animales y hasta los árboles parecían en paz y reponiendo fuerzas para reanudar las rutinas cotidianas dentro de pocas horas. La luna compañera alumbraba resplandecientes bajo un cielo oscuro que al amanecer se iría tornando en azul celeste. Jorge pensó que para él la nueva jornada no podría ser igual que las anteriores porque tendría mucho que recordar después de aquella noche. 

Durante todo el paseo la lechuza no se había posado a descansar ni una sola vez. 

—Estoy algo cansada y aún tengo que encontrar comida para mis polluelos, que seguramente ya estarán hambrientos, —dijo Tyto—. ¿Te gustaría conocerlos? 

—Me gustaría muchísimo, —respondió Jorge, quien también empezaba a cansarse y a tener un poco de sueño después de aquel paseo aéreo lleno de emociones. 

Tyto giró en redondo y puso rumbo a casa batiendo sus largas y elegantes alas con aquella serenidad que a Jorge le daba tanta seguridad de no caer al vacío. El nido de la lechuza estaba al pie de una suave ladera, en un viejo alpendre en el que su padre había tenido animales y que ya no usaba; el techo estaba parcialmente hundido y tenía huecos en las paredes en los que en su día hubo piedras que ahora estaban esparcidas por el suelo. En uno de esos huecos, sobre una alfombra de menudos palitos, había cinco polluelos cubiertos completamente de suave plumón blanco, con caras en forma de corazón como la de su madre. Las crías piaban furiosas reclamando un alimento que ya iba con retraso. Tyto se posó suavemente sobre ellas e instantáneamente dejaron de quejarse. Cuando después de un rato se quedaron dormidas ante la mirada asombrada del chico que veía aquello por primera vez, su madre se levantó muy despacio y se dirigió a él.

—Tenemos que irnos antes de que se despierten y vuelvan a reclamar su pitanza, —dijo—.

Jorge volvió a subir a lomos de la lechuza, ésta ahuecó las alas para que el chico se acomodara y pusieron rumbo a casa. Apenas habían remontado el vuelo se volvió a escuchar la llamada de los hambrientos pollos, que seguramente nunca habían tenido que esperar tanto para cenar como aquella noche. Una vez en la higuera en la que había comenzado el viaje, la coruja y el muchacho se juraron que siempre serían amigos y se comprometieron a encontrarse de nuevo cuando hubiera luna llena para descubrir otros lugares que Tyto tampoco había visitado. Jorge no quería poner fin a la aventura y hacía todo lo posible para que la coruja no se fuera; sin embargo, ésta ya estaba impaciente porque el día se acercaba y no había alimentado a sus crías. El niño entonces dejó que se fuera, esperanzado con la promesa de vivir nuevas correrías aéreas juntos. 

El pájaro abrió sus alas y silenciosamente se alejó volando bajo hasta que las sombras de la madrugada lo ocultaron por completo. Jorge entró con mucho cuidado en la casa y pisando de puntillas se acercó a la cama y se acostó sin desvestirse. Contuvo la respiración para comprobar si alguien se había despertado y concluyó que nadie había notado su ausencia. 

—¿Cuánto tiempo he estado fuera, —se preguntó, aunque no consiguió calcularlo—. 

Hubiera apostado a que había sido casi toda la noche porque, cuando Tyto se fue volando, la luna ya había desaparecido y le pareció que el cielo se empezaba a teñir de un sedoso color que iba del rosado pálido al dorado, presagiando la proximidad de un nuevo día que el muchacho ya sentía como el más dichoso de su vida. Las emociones que había vivido aquella noche le impidieron dormirse enseguida a pesar del cansancio. Deseó que Tyto hubiera encontrando comida para sus exigentes pollitos y empezó a imaginarse cuándo y cómo sería el próximo vuelo. Hizo incluso una relación mental de los lugares que le gustaría visitar e imaginó cómo serían las laderas, prados, pueblos, bosques y barrancos más allá de donde vivía. Sin notarlo cayó en un profundo y placentero sueño en el que ya no había sitio para ninguna aterradora bruja que lo perseguía con un cuchillo mientras él permanecía clavado en el suelo. Ahora no sentía ningún miedo y volaba ya libre y ligero sobre un mundo por descubrir junto a su amiga la coruja. 

FIN

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©José Luis Díaz Ramos


Nos queda la palabra

Parafraseo en el título un poema de Blas de Otero que he recordado cuando pensaba en cómo iniciar este artículo. Comienza así: "Si he p...